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Bitcoin: ¿unidad monetaria o unidad especulativa?

Por Heraclio Labandera

El remolino que están provocando las diversas criptomonedas que se han puesto de moda, es bastante más complejo que la simple creación de una moneda virtual. 
Está claro que las criptodivisas tienen un aspecto apasionante basado en la tecnología en la que se soportan, pero tan interesante como ello son las consecuencias económicas, sociales y políticas que su uso trae consigo.

Hoy decimos que la moneda es una unidad de cuenta, es decir, una unidad convencional que permite cotizar el valor de las cosas y promover su intercambio.
En la prehistoria de la moneda, hay relatos de piedras de sal que se usaban como "monedas".

Entre las leyendas que refieren a la sal como símbolo de status y poder, está el caso de aquel poderoso emperador de las pampas desérticas, que tenía junto a su trono una inmensa piedra de sal como símbolo de poderío, y como expresión de amistad hacia otros reyes que llegaban a visitarlo en su gran palacio, les permitía saborear de un lenguetazo al estilo de un helado de crema, la vieja piedra de sal que estaba junto al trono del potentado.

Esta bizarra anécdota permitirá advertir que las piedras de sal fueron un bien muy preciado para mucha gente poderosa. Puede parecer un hecho de la más supina ignorancia, pero todo depende del lugar desde donde se lo mire.

En una ciudad donde haya una buena cantidad de heladeras, el caso puede parecer impensable, pero considerando que la sal durante mucho tiempo se utilizó para conservar alimentos de la putrefacción, su posesión podía significar la diferencia entre la salud y la vida, o el hambre y la muerte. Por lo tanto, varios hombres poderosos usaron por años las piedras de sal como bienes de intercambio. La sal además de una utilidad concreta, con el tiempo se convirtió en un bien de intercambio.

A la Humanidad le llevó muchos años pasar de la sal a la moneda, pero al final del camino el “objeto preciado” como el bien de intercambio, abrió paso a la unidad de cuenta como bien de intercambio. Y así nacieron primero los metales como objeto de intercambio, sucedidos luego por los metales trabajados por artesanos para darle forma de moneda, luego sustituidos por grandes billetes y el papel moneda se hizo su lugar en la mesa.

Pero ahora la novedad es que quieren abrirse paso en esta alocada carrera de sucesivas metamorfosis, unidades digitales conocidas como criptomonedas que con el tiempo aspiran a sustituir a los billetes y las monedas como unidades de cuenta para valorar las cosas y facilitar el intercambio de bienes.

El problema es que algunas criptomonedas tienen un comportamiento muy ambiguo, híbrido entre las monedas como las que se usan para comprarse una bolsa de arroz, y los bienes de especulación como los papeles de los mercados de valores.
Las monedas necesitan ser estables para tener un cometido relacionado con el valor de las cosas. Hay que ponerlo en términos de objetos para explicarlo mejor.

Supongamos que cobro mi sueldo en una criptodivisa; que cobro por mes 100 de esas criptodivisas; y que esas 100 criptodivisas me permiten compran a principios de mes 100 bolsas de arroz.

Si al final del mes sigo comprando 100 bolsas de arroz con las 100 criptodivisas del sueldo, quiere decir que su valor en 30 días no varió. El valor es estable.

Pero si al final del mes compro 90 bolsas de arroz, es obvio que el poder de compra de mi criptodivisa se ha depreciado en un 10%.

Bueno, eso es lo que ocurre cuando sucede el fenómeno que llamamos “inflación”, y significa que mis unidades de cuenta "cripto" al paso del tiempo pierden su valor.
Si en cambio, al final del mes compro 110 bolsas de arroz, el poder de compra de mi criptodivisa se ha apreciado un 10%.

¿Pero qué ocurriría si al final del mes esa misma criptodivisa se hubiese apreciado 100% o 1.000%?  ¿O si en lugar de apreciarse, se hubiese depreciado 100%. o 1.000%?
Es obvio que la unidad de cuenta tendría otro interés para mí, porque sabría que a principios de mes cobraría una unidad cuyo valor cambiaría de modo drástico y dramático al pasar 30 días.

El problema es que algunas criptomonedas tienen un comportamiento muy ambiguo, híbrido entre las monedas como las que se usan para comprarse una bolsa de arroz, y los bienes de especulación como los papeles de los mercados de valores.

Esto me llevaría a especular con la criptodivisa con la que me pagan, y ya mi interés no sería el de comprar arroz, sino vender criptodivisas cuando suba mucho su precio o comprar más cuando valgan poco. En eso consiste la especulación.

Eso parece ser el principal problema del Bitcoin para ser usado como moneda, es decir, como unidad de cuenta para adquirir objetos, porque si se trata de una unidad cuyo valor varía de modo muy alocado, terminará por servir más como una unidad especulativa que como moneda.

Hoy el Bitcoin tiene más el comportamiento de un papel de Bolsa —que sube y baja según fenómenos especulativos— que el de una moneda, es decir, de unidad para adquirir bienes.

Las monedas deben funcionar como los patrones de medida, ser estables y tener un comportamiento previsible. Si no fuera así, ocurriría lo que sucedió con la hiperinflación que le tocó vivir a Alemania al final de la I Guerra Mundial, durante el período comprendido entre 1918 y 1933 conocido como República de Weimar, el inestable régimen político en el que se gestó una enorme crisis, más el nacimiento y ascenso del nacional-socialismo de Adolfo Hitler.

La anécdota me la aprendí del libro de Historia que usé en 4o. año del Liceo y nunca la olvidé por lo escandalosa que me pareció. El viejo y clásico texto de Alfredo Traversoni contaba que la moneda alemana de la época se había envilecido tanto, que un peluquero cuya foto mostraba el libro, había empapelado las paredes de su peluquería con billetes de marcos alemanes porque eso le era más barato que hacerlo con el papel normal para empapelar paredes.

Claro que si algo parecido ocurriese con las criptodivisas, vamos a necesitar tapizar la peluquería con una enorme cantidad de monitores, plagarla de celulares o levantar una enorme video wall.

Podría suceder, pero eso ya es otra historia.


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— Foto de portada de André François McKenzie 

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